En cuanto a la educación en línea, la misma ya estaba muy difundida antes del coronavirus y ahora ha llegado a su máximo uso pero no a su máxima efectividad; no funcionó en varias disciplinas de la educación superior donde muchas universidades se limitaron a enviar libros para leer y luego tomar las pruebas correspondientes sin casi ningún proceso educativo o interactivo. Pero estos errores dependieron de la temática a enseñar; y era esperable que mucha gente no estuviera preparada para seguir un curso online de veterinaria o de química, por decir dos áreas de conocimiento asociadas al aprendizaje presencial.
La enseñanza formal, al depender de un cronograma, fue la que más sintió el impacto del coronavirus; simplemente por estar atada a un calendario. Es que si los cursos fueran personalizados, al ritmo de cada estudiante y no de un almanaque, como sucede en cursos cortos de Marketing digital, diseño web, administración, etc, esto no pasaría como ya está mas que probado en la enseñanza online no formal.
Si la enseñanza curricular se fraccionara en vez de estar pendiente del cronograma de pruebas parciales o finales, no habría casi ningún problema con interrupciones como la pandemia u otras que aparezcan en el futuro. Cada estudiante aprendería a su ritmo y listo. Lo que sucede es que se pretende que miles de alumnos, con distintas capacidades y conocimientos previos, comiencen en un misma fecha y culminen a la misma vez; en una especie de competencia donde el aprendizaje real queda, muchas veces, de lado y lo más importante es aprobar pruebas y hacer una ceremonia de fin de cursos.
Alguien que está fuera de la enseñanza curricular, tomando, por ejemplo, cursos online de diseño, administración, tecnologías, etc puede comenzar en cualquier momento del año y culminar el curso cuando quiera o pueda. Convengamos que la enorme mayoría de la gente no es universitaria, ni aspira a serlo, pero si es necesario tener un grado de formación que permita trabajar y, mejor aun, teletrabajar.
El trabajo presencial no desaparecerá y seguirá siendo una de las principales fuentes de contagios del coronavirus u otras enfermedades. No es casual que tomando todas las medidas de seguridad posibles, surjan ,durante junio 2020, focos importantes de contagio de Covid-19 en un mercado mayorista de alimentos en China, un matadero en Alemania y focos en frigoríficos de España; todos trabajos presenciales, donde el teletrabajo no puede llegar y donde aun cumpliendo las normas y protocolos, el virus se ha expandido.
Pues, ¿Es necesario agregar más trabajo presencial? No, porque además la ciudad ya no es necesaria; es cierto que siempre habrán ciudades ligadas a la actividad de puertos, centros turísticos, aeropuertos, etc pero buena parte de la necesidad de vivir en ciudad se debía al trabajo presencial, la enseñanza y los servicios de salud.
Sin duda que vivir en el campo o la costa es más sano que hacerlo en la ciudad; la cuarentena se pasa muy distinto en un octavo piso de un edificio que en una granja con algunas decenas o centenas de metros cuadrados. Tienen en común que en ambos sitios, los habitantes miran series, teletrabajan y aprenden online; pero el nuevo «granjero» podrá salir a caminar, a respirar, a pasear sin ningún tipo de problemas mientras que la ciudad ha sido durante la pandemia, o aun es en muchos países, una pesadilla de encierro.
Tampoco se trata de irse a vivir a mil kilómetros de la ciudad más cercana; la naturaleza no está tan lejos de la mayoría de ciudades en Latinoamérica; y aún en países como España o Italia pequeños pueblos han sido prácticamente despoblados por la continua emigración del campo a la ciudad que ocurrió, a nivel mundial, desde la segunda mitad del siglo XX. Tendencia que, en aras de una mejor calidad de vida, había comenzado a revertirse desde antes de la pandemia pero que esta la ha acelerado.
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